23 de enero de 2016

DE CALORES INTENSOS


                   

                                            Por: Jorge Godoy


         Aquel que en los días calurosos de verano, no le conoció una teta a la María, seguro, no había nacido en mi pueblo.
         El viento entraba en mi pueblo tan débil e insuficiente, y adonde terminaba, se ponía a luchar con un par de retamas, que eran la últimas que sabían hacerle obstáculo.
         Hablar de las alambradas, era hablar del tiempo largo de trabajo que uno tenia que tomarse para ir llenándolas de plantas trepadoras, y plantarlas de tanto en tanto por si uno quería sentarse a descansar un rato a la sombra y apoyar sin quemarse la espalda sobre los alambres.
         Así de bruto era mi pueblo, mi país. Y hacerse amigo de esa escasa naturaleza, significaba, ser un hombre rico, vivir mucho mejor. Después de todo, Dios había hecho las plantas para que el hombre las aprovechara, sobretodo en ese lugar adonde las sombras, no fueron ajenas a la codicia de los seres humanos.
         Y alguna que otra gallina por acá, y otra mas allá picoteando el suelo seco y abierto en grandes surcos, todo resquebrajado, pidiendo como de costumbre para esas épocas, al agua, al igual que nosotros, a los gritos.
         
           

         Estimado lector, muchas gracias y hasta la próxima entrada .